jueves, 22 de diciembre de 2011

¿Qué hace pragmático al Estado pragmático?

-Dispense, amigo, ¿Cuánto tiempo se necesita para ir de Corbigny a Saint-Reverien?.
El picapedrero levanta la cabeza y, apoyándose sobre su maza, me observa a través de la rejilla de sus gafas, sin contestar.
Repito al pregunta. No responde.
“Es un sordomudo”, pienso yo, y prosigo mi camino.
Apenas he andado un centenar de pasos, cuando oigo la voz del picapedrero. Me llama y agita su maza. Vuelvo y me dice:
-Necesitará usted dos horas.
-¿Porqué no me lo ha dicho usted antes?
-Caballero –me explica el picapedrero-, me pregunta usted cuanto tiempo se necesita para ir de Corbigny a Saint-Reverein. Tiene usted una mala manera de preguntar. Se necesita lo que se necesita. Eso depende del paso. ¿Conozco yo su paso?. Por eso le he dejado marchar. Le he visto andar un rato. Después he calculado, y ahora ya lo sé y puedo contestarle: necesitará usted dos horas.



Jules Renard: La linterna sorda



Así como el picapedrero de la historia, el pragmatismo se caracteriza por la forma de responder y por lo tanto accionar, más que por las preguntas que se le plantean, acciones por demás libres, y es que no hay una ideología que encadene el actuar cuando lo que se busca son los resultados, la utilidad. El pragmático espera, analiza, y después reacciona o acciona, en primera instancia, sin titubeos, de allí que se valore a la eficacia como verdad y fin, más que a lo métodos.


¿Pero puede un Estado ser pragmático?. La respuesta, lejos de caer en el pragmatismo de la retórica, nos conduce a preguntarnos que es lo que tendría que tener un Estado para ser pragmático, y para ello, conviene centrarnos en el forma en la que se crea, articula y disemina el poder, ya que es éste el que puede determinar la formulación de políticas públicas y la relación del Estado con otros actores.


En los Estados Unidos, el poder se presenta de una forma atípica, puesto que no está sujeto al modelo jerárquico y vertical del Estado, sino que se muestra más horizontal, aunque no por ello homogéneo. La distribución del poder y su influencia en la toma de decisiones, representa para los sindicatos, los gobiernos locales, los empresarios, los think tanks, las trasnacionales, los militares, entre muchos otros sectores, la oportunidad de incursionar en la política. Los niveles micropolítico, mesopolítico, macropolítico y metapolítico de análisis, nos muestran la forma en la que dichos intereses se entremezclan, y de cuya dinámica emerge el aparato estatal estadounidense, no como una simple suma de sus partes, sino como un proceso de interacción y compenetrabilidad.


Si a esto le sumamos la disolución fronteriza entre la política interna y la exterior; la superposición (aunque no por ello exclusión, y mucho menos desaparición) de las libertades económicas sobre las libertades políticas, o en otras palabras, de la Razón de Mercado sobre la Razón de Estado; la existencia de un debate pragmático, en el que las izquierdas y derechas políticas se desdibujan para quitar de obstáculos la obtención de ventajas de la coyuntura; el sistema de pesos y contrapesos institucionales e extrainstitucionales; la liquidez conceptual de la soberanía y la democracia; así como la movilidad y plasticidad de la estatalidad, nos encontramos, entonces, ante un Estado pragmático, en el que, como describió Dewey en 1927, no se prescriben limites a la acción del Estado, no se insinúa que la función de dicho Estado se limita a resolver los conflictos entre grupos, ya que de lo contrario sería un arbitrio, en cambio su doctrina rehúye las inferencias acerca de que tan lejos puede extenderse la actividad del Estado, y es que definir, como muchos han dicho, lleva implícita una exclusión que impone límites y acciones.


Lejos del discurso de las grandes Reformas del Estado, que los Estados actuales se plantean, el estadounidense se transforma en silencio, avanza y retrocede, se eleva y se mete en las entrañas de la tierra, sin jamás haber revelado sus secretos.






Bibliografía:

• Orozco, José Luis. Razón de Estado y razón de mercado: Teoría y pragma de la política exterior norteamericana. Ed. FCE, México, 1992, pp. 312.

• Orozco, José Luis. El Estado Pragmático, Fontamara, México, 1997, pp. 303.

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Como citar el artículo: Herrera, Héctor. "¿Qué hace pragmático al Estado pragmático?", en "El águila, el jaguar y la serpiente", http://nohoch-balam.blogspot.com/. 22 de diciembre de 2011.

domingo, 25 de septiembre de 2011

El contradictorio ciclo entre economía y gasto militar en los Estados Unidos

Nos hemos resuelto a [...] organizar así a las naciones que aman la paz para que, mediante unidad de deseo, unidad de voluntad y unidad de fuerza, puedan estar en la posición de garantizar que ni siquiera comience a surgir otro agresor o conquistador. Por eso, desde el mismo comienzo de la guerra, y en armonía con nuestros planes militares, hemos empezado a colocar los cimientos de la organización general para mantener la paz y la seguridad”.

Franklin Roosevelt



En la actual coyuntura económica, la crisis financiera que desembocó en económica, y también el contexto bélico, si consideramos la invasión a Irak y Afganistán como su eje claro, nos arroja una pregunta clara al escenario de las relaciones internacionales: ¿cómo es posible mantener altos gastos en la industria militar en el marco de una crisis económica?, lo cual nos hacer cuestionar la lógica que existe entre el gasto presupuestario de un Estado en plena crisis, con la reducción a ciertas áreas clave, y la relación que guarda con las prioridades nacionales.

Si bien, resulta irónico que el gasto militar de los Estados Unidos continúe siendo tan elevado a pesar de la crisis económica por la que ahora estamos atravesando, es igual de cierto, que el gasto militar puede ser uno de los sectores que más resulten afectados, sobre todo, porque han disfrutado de un aumento constante en su presupuesto en los últimos años, mismo que ya no puede ser mantenido por la existencia de números rojos en la cuentas nacionales.


Para algunos analistas financieros, los elevados gastos militares, aún cuando no han sido la causa directa de la crisis, han estado estrechamente relacionados, ya que le han impedido al gobierno atender ciertas áreas vitales para el funcionamiento de su economía, y han desgasto o redirigido el gasto público a otros sectores.


Uno de los puntos que debemos considerar es que este contradictorio ciclo entre la permanencia de los gastos militares, y la crisis económica, nos muestra el poderío del complejo militar-industrial, que a diferencia de otros países, se ha consolidado más como un negocio corporativo que como el brazo armado de la seguridad nacional. Los gastos militares no son vistos como un lastre al presupuesto nacional, por la simple razón, de que actúan como una inversión, que al recibir elevados ingresos, está en condiciones de dinamizar la economía, e incluso, en caso de una guerra, podría coadyuvar a la apertura de nichos de oportunidades para las empresas estadounidenses en el mundo, como las corporaciones petroleras en Irak.


Los déficits en la cuenta corriente del país, y lo cruda de la crisis económica, no han funcionado, cuando menos aún, como paliativo al monto que se le destina a la industria militar, y es que dicha industria ha sido concebida como un motor de la investigación, de la inversión, pero sobre todo, como una herramienta que legitime el poder político de los Estados Unidos en el mundo.


El complejo militar industrial estadounidense pareciera tener vida propia, al grado tal, que sus intereses, son también considerados parte del interés nacional, de allí que intentar concebir el sector militar como un elemento aislado del Estado, y de su economía, resultaría tan obsoleto como pensar que la industria militar ha dejado de ser un negocio.






Fuente: Stockholm International Peace Research Institute 2009

lunes, 30 de mayo de 2011

Cuando Rusia conquistó Asia Central: El cómo avanzó sobre una terra ignota



En los momentos que escribo estas líneas puedo escuchar en el fondo a los Enanitos Verdes recordándome que “en algún lugar de un gran país olvidaron construir un lugar donde no queme el sol, y al nacer no haya que morir”, y eso, inevitablemente, me incentiva a pensar en Rusia, un gran país sin duda, que había olvidado construir nuevas bases en tierras inexploradas, y me refiero a Asia Central, una región vecina que no figuraba en la lista de las grandes guerras expansionistas rusas, cuando menos no hasta finales el siglo XIX, cuando tras la escasez de algodón por la Guerra Civil estadounidense, la derrota en la Guerra de Crimea, y las ansias de poder, Rusia voltea su mirada a un rincón que prometía nuevas aventuras.


En poco tiempo, se había logrado la articulación del territorio por medio de infraestructura ferroviaria, un comercio creciente y una relación de dominación. Rusia había ganado el “gran juego”, derrotando a su eterno rival Reino Unido, que veía en ese movimiento una amenaza a sus colonias asiáticas más prósperas y extensas: las Indias.


Poco fue el tiempo que duró la sumisión de Asia Central al régimen zarista, ya que éste fue destruido por la Revolución Rusa de 1917, que ahora pacería despertar nuevas ilusiones en la reconfiguración de relaciones en un país liderado por los bolcheviques.


Como todo cuento de hadas, el encanto se acabó antes de la medianoche, y es que los socialistas, al igual que sus predecesores, desconocían la realidad de la región, o si la conocían, no simpatizaban con ella. Si bien Lenin no impulsó medidas extremas para rusificar Asia Central, tampoco sentó las bases de políticas que la evitarán en el corto plazo, e incluso afirmaba que debía combatirse a la religión, pues ésta era el opio de los pueblos.



Lo anterior nos muestra lo poco que se sabía de las culturas centroasiáticas, que veían en el Islam la piedra angular en la que se había construido la sociedad, lo que la convertía en un elemento indisociable de la identidad nacional.


Stalin, con mayor ahínco que sus antepasados políticos, se encargó de borrar cualquier rastro de esas culturas que se considerara una amenaza a la identidad rusa, enseñándoles el alfabeto latino, y después el cirílico, para menguar el poder de sus lenguas.


Los años 1922 y 1923 constituyeron una excepción a la norma, ya que se les permitió el uso del Islam en las escuelas, y la construcción de mezquitas, pero nuevamente, la paz era efímera. El sentimiento ruso de islamofobia contrastó con la esperanza de una conciliación, la creída superioridad de Rusia la liquidó completamente. La "cultura bolchevique" se colocaba en el ranking nacional como la primera y única aceptada.


La pelea de algunos miembros comunistas islámicos representó una fuerza de oposición digna de mencionar, pero insignificante si analizamos el panorama entero, figuras como Sultangaliev llevarían en sus discursos la necesidad de reconciliar la vida política cotidiana con el Islam.


Para continuar con mi analogía inicial diré que los rusos llegaron a pensar que en Asia Central “...la tierra ahí es de otro color, el polvo no te deja ver, los hombres ya no saben si lo son, pero lo quieren creer..”. Todo parece indicarnos que el desconocimiento de la organización política, religiosa y social estaba ligado de forma tal que cualquier visión errónea de sus sociedades llevaría al desastre, tal y como ocurrió.


Es por todo lo anterior, que difiero de Stephen Blank, cuando dice que debido al fin de la Unión Soviética debemos tomar la experiencia rusa en Asia Central como un simple y puro hecho de la historia, en cambio, propongo que la veamos como un proceso en continuidad, pues la historia no es una estampilla más del álbum, sino una secuencia de fotos, de allí que la influencia de esta etapa en la vida de los pueblos centroasiáticos aún tenga consecuencias presentes muy importantes.


Bibliografía:

• Blank, Stephen. “Soviet reconquest of Central Asia”, en Hafeez, Malik. Central Asia: It´s strategic importance and future prospects, New York, St. Martin´s Press, 1994, pp. 39-63.

• Anderson, John. The International Politics of Central Asia, Manchester University, 1997, pp. 3-30.


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Como citar el artículo: Herrera, Héctor. "Rusia conquistó Asia Central: El cómo avanzó sobre una terra ignota" , en "El águila, el jaguar y la serpiente", http://nohoch-balam.blogspot.com/. 30 de mayo de 2011.

sábado, 30 de abril de 2011

La política exterior mexicana de 1960 a 1980: Que veinte años no es nada...

Para Olga Pellicer, la política exterior de México se rigió por ciertos principios comunes para todos los gobiernos, aunque si bien, hubo algunos cambios de sexenio a sexenio, no significaron un viraje total, sino sólo leves modificaciones, que incluso serían corregidas por el presidente sucesor.


Uno de los puntos nodales en la política exterior de México siempre ha sido la relación que ésta guarda con la política interna, razón por la cual, muchas de las estrategias que se siguen en sus relaciones con el exterior, resultan respuestas a problemas internos, o a intentos de legitimar al gobierno en turno, como es el caso del apoyo, al menos discursivo, a las revoluciones en otros países, sobre todo, de Estados latinoamericanos, ya que esto le permitía defender los preceptos de la Revolución mexicana al interior, así como profundizar el discurso nacionalista y revolucionario que enarbolaba la clase política mexicana. Como ejemplos se puede citar la amistad que el país le brindó a Cuba después de su movimiento revolucionario, aún en contra de las presiones internacionales, o la simpatía por los gobiernos de Salvador Allende en Chile, y de la Nicaragua Sandinista.





La diplomacia mexicana se ha caracterizado, a pesar de los diversos esfuerzos y actividades en ciertas áreas, por ser cautelosa, y un tanto pasiva, sobre todo si se toma como referencia el prestigio de la política exterior, el tamaño y población del país, así como la posesión de abundantes recursos naturales. Lo anterior se debe en parte, al cuidado que se le ha dado a la relación con los Estados Unidos, por lo que no se actúa en temas relevantes ante el temor de que se interfiera en los intereses estadounidenses, causando así malestar.


Para la década de 1970, el presidente Echeverría intentó romper con algunos tradiciones y temas tabúes en la forma en que se había estado desarrollando las relaciones con el exterior, ya que se buscó una mayor diversificación diplomática, un liderazgo real encabezando proyectos como la Carta de Derechos y Deberes Económicos de la Organización de las Naciones Unidas, así como un mayor acercamiento a los países del llamado Tercer Mundo.

Sin embargo, se suma a todo lo anterior, el hecho de que este intento no parecía funcionar ante la coyuntura internacional, en parte, por la falta de legitimidad que tenía la clase política nacional, y lo poco creíble que empezaba a resultar la ideología revolucionaria en el discurso presidencial, así como en la política exterior.


Con la entrada de López Portillo al poder el 1976, el cambio se hace más evidente, ya que se dio un nuevo viraje a la política que el país mantenía hacia el exterior, sobre todo ante la presión que los Estados Unidos y algunas empresas paraestatales ejercieron en México debido a su apoyo a países subdesarrollados, esto coincidió con otro hecho importante: el descubrimiento de vastas reservas petroleras, que obligaron al país a modificar su rol en el escenario internacional, buscando alianzas con otros Estados productores de petróleo.

En el multilateralismo, México se pronunciaría por la discusión de temas energéticos, mientras en lo bilateral (con Estados Unidos) se ocuparía a los hidrocarburos como carta de negociación.


Carlos Gardel afirma en su tango "Volver", que "veinte años no es nada...", lo que quizá sea cierto para los viajeros que regresan a su primer amor, pero para los Estados y su política exterior, no es igual de aplicable.



Bibliografía: Pellicer de Brody, Olga. “Veinte años de política exterior mexicana: 1960-1980”, pp. 185-195, en Cabra, José, et al. Antología de Política exterior de México II, Ed. FCPyS- UNAM, México, 2006.


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Como citar el artículo: Herrera, Héctor. "La política exterior mexicana de 1960 a 1980: Que veinte años no es nada..." , en "El águila, el jaguar y la serpiente", http://nohoch-balam.blogspot.com/. 30 de abril de 2011.

martes, 22 de marzo de 2011

El poder de las dictaduras en América Latina: Diario de un tirano

No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura
George Orwell

El libro El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez relata, o mejor dicho, retrata la vida de un gobierno autoritario en un país sin nombre del que sólo se sabe que se haya en el Caribe –incluso el autor se esfuerza por nombrar todos los países caribeños y antillanos para que no pueda deducirse a cual se refiere- y que es gobernado por un dictador del que nunca se conoce su nombre tampoco y que, por deducción, sabemos se apellidaba Alvarado, como su siempre amada madre Bendición Alvarado, que al morir es canonizada y convertida por su hijo en una heroína del pueblo, atribuyéndole fastuosos milagros.


El relato mezcla la fantasía y la realidad, donde abundan cosas absurdas que lo único que pretenden es remarcar lo ilógico e irracional de toda dictadura y llevar al límite cualquier metáfora posible, incluso la edad del tirano, que se sitúa entre los 107 y los 232 años de edad, y cuyo mandato se extendió por más de un siglo, comentario que pretende mostrar lo eterno que parecieran ser estos gobiernos despóticos y personales.

El dictador se convierte en un ser muy poderoso, cruel, mítico y, por supuesto, también solitario, cuyo poder le hacía capaz de detener ciclones con sus propias manos, según lo relatan lo múltiples narradores de la obra, que se sabe, son parte del pueblo, llegando a ser algunos de ellos no contemporáneos de la dictadura.


Muchas de las injusticias que se cometen en un tipo de gobierno como este se ilustran claramente, desde la desaparición de los niños gritones de la lotería, que siempre sacaban el número ganador para el presidente, hasta la venta del mar a los gringos a cambio de unos cuantos préstamos monetarios.


También se nos muestra la vida de un hombre llamado Patricio Aragonés, cuyo más grande error sería parecerse al dictador físicamente y que, al querer engañar al pueblo cobrando impuestos, es sorprendido por la guardia presidencial, que le ofrece conservar su vida a cambio de hacerse pasar por el presidente en las ceremonias oficiales, y cuyo destino sería trágico, al morir en manos de una turba, no sin antes decirle al dictador lo que en verdad pensaban de él, y de su solitaria y patética vida.

Rodrigo de Aguilar es otro personaje central, el hombre de mayor confianza de Alvarado, que firmaba los documentos oficiales y, por lo tanto, conocía todos los secretos de Estado. Acabaría traicionándole, pero a su vez, muriendo a manos del dictador, para ser servido como alimento al resto de los ministros que le secundaban.

Su poder llegaba a excesos tales, que mandaba a cambiar la hora del país por comodidad, se construía cometas a su antojo, ordenaba fusilar a quien disentía con él, y tenía hijos sietemesinos con todas la mujeres. Incluso, al preguntar Alvarado la hora, sus súbditos solo podían contestarle: las que usted diga mi general.
La obra concluye con la muerte del dictador por causas naturales, en un otoño, marcando el fin de lo que los habitantes del lugar definían como la eternidad.

Esta obra de Márquez, que fue escrita en década de 1970 no sólo nos muestra la realidad de la región en esa época, y lo que la gran mayoría de los pueblos latinoamericanos tenían que soportar, sino que también enfatiza las injusticias de un lugar olvidado en el espacio y el tiempo, de los que aún hay muchos.

“...si al fin y a cabo cuando yo me muera volverán los políticos a repartirse esta vaina como en los tiempos de los godos, ya lo verán, decía, se volverán a repartir todo entre los curas, los gringos y los ricos, y nada para lo pobres, por supuesto, porque ésos estarán siempre tan jodidos que el día en que la mierda tenga algún valor los pobres nacerán sin culo, ya lo verán, decía”.
El dictador Alvarado


Bibliografía: García Márquez, Gabriel. El otoño del patriarca. Ed. Diana, México 1975, 17ª impresión en marzo de 2004, pp. 297.

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Como citar el artículo: Herrera, Héctor. "El poder de las dictaduras en América Latina: Diario de un tirano" , en "El águila, el jaguar y la serpiente", http://nohoch-balam.blogspot.com/. 22 de marzo de 2011.

miércoles, 2 de marzo de 2011

La política exterior mexicana de Adolfo López Mateos: Entre lo doméstico y lo internacional


Para Mauricio Reyes, existe un vínculo muy claro entre política exterior e interior, ya que la primera, como parte de las políticas públicas representa un elemento que refuerza la identidad nacional y reafirma la independencia del país frente a otras naciones. En el caso mexicano, este vínculo ha estado se ha buscado en la promoción del desarrollo económico y en la defensa de la soberanía.

El autor analiza la política exterior durante el sexenio de Adolfo López Mateos de 1958 a 1964, sin embargo, se hace un paralelismo entre ésta y los conflictos internos que vivió ese gobierno, como el movimiento ferrocarrilero de 1959, al que se tuvo que reprimir.

Pronto la sociedad empezaría a interesarse en los temas internacionales sobre todo a raíz de la Revolución cubana, lo que traería, todavía más a flote, la relación entre lo interno y la actuación hacia el exterior.

El nacionalismo se volvió el eje conductor del gobierno de López Mateos, ya que éste reactivaría la idea de la unidad y el interés nacional al interior, y a su vez, fomentaría un pretexto para reaccionar ante los Estados Unidos, tratando de evitar que interviniera en los asuntos nacionales.

Durante el periodo 1958-1964, la relación con Estados Unidos sería la más importante, y a partir de ella, se articularían nuevas estrategias en política exterior, como el hecho de buscar diversificar las relaciones comerciales y políticas en el mundo, así como enarbolar una política independiente, y en muchos casos de reacción contraria frente al vecino del norte.


Para 1962, se dio un acuerdo no escrito entre México y Estados Unidos en la práctica, que reconocía la independencia de la política exterior mexicana frente a la estadounidense, siempre y cuando no fuera contraria en temas de vital importancia para este último país.

Las relaciones mexicanas comienzan a diversificarse como parte de la ruta trazada, con lo que se crea un mayor acercamiento a los países latinoamericanos, con Indonesia e India en el plano político, así como con la República Federal Alemana y Japón en el intercambio comercial.

Finalmente, Reyes concluye con un análisis de la relación de México con Cuba tras la Revolución cubana en 1959, y es que este vínculo tuvo una enorme repercusión en la relación México- Estados Unidos, y en el desarrollo de conflictos internos. El gobierno mexicano utilizó el reconocimiento de la Revolución cubana, y al gobierno emergente de dicho movimiento, para ganar legitimidad al interior, y es que así, el Estado se establecía como un centro mediador entre la izquierda y la derecha mexicana, sin embargo, con el correr de los años, este hecho resultó contraproducente para el gobierno, ya que la izquierda lanzó un movimiento con demandas de corte socialque lo hizo tambalear, mientras que la derecha, cuestionaba constantemente la actitud gubernamental frente a lo que ocurría, es así, como López Mateos finalmente intenta sacar el tema de Cuba de la agenda interna, y poco a poco empieza a expresar una posición más pragmática frente a la mismo.

Esta etapa de la historia mexicana, y en especial de la política exterior resulta interesante para conocer el margen de maniobra que México tenía frente a los intereses estadounidenses, así como para entender la estrecha relación que existe entre la política exterior y la política interna.


Bibliografía: Reyes, Mauricio. “Política interna y política exterior en México desde 1950 hasta 1964”, pp. 119-145, en Cabra, José, et al. Antología de Política exterior de México II, Ed. FCPyS- UNAM, México, 2006.


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Como citar el artículo: Herrera, Héctor. "La política exterior mexicana de Adolfo López Mateos: Entre lo doméstico y lo internacional" , en "El águila, el jaguar y la serpiente", http://nohoch-balam.blogspot.com/. 28 de febrero de 2011.

domingo, 30 de enero de 2011

China y Japón: la realidad histórica de dos sociedades hermanadas

China es considerada como una de las culturas madres en la historia mundial, y es que su influencia cobró gran relevancia en sus vecinos asiáticos e impactó al mundo. Debido a su gigantesca extensión territorial, nunca fue fácil cohesionar China, y es que la división en pequeñas etnias fue una realidad desde el principio, es así como podemos hablar en este sentido de la cultura como el rasgo unificador, en especial de la escritura ideográfica -que debido a estar construida por símbolos, pudo ser comprendida por la comunicación de ideas y no de palabras- y de los valores que pronto se extendieron debido a la filosofía confuciana.

El denominado “país de enmedio” utilizó el imperialismo cultural como referente de civilización frente a los otros pueblos, llegando a enarbolarse así como el gran centro cultural de Asia. La filosofía confuciana con sus valores de jerarquización y ejemplo moralizante pronto se extendió a los confines del continente, y es que según esta ideología, debía existir decoro, respeto y reciprocidad, lo cual transformó la visión política de la sociedad, puesto que ya lo gobernantes no serían seres superiores que sancionaban y mandaban con autoridad, sino que a través del ejemplo construirían un prestigio que les permitiera crear consensos.

Es así, como el Estado chino se edifica sobre la base del confucianismo y de otras corrientes alternas e incluso antagónicas que la complementaban, el taoísmo – principal crítico del orden impuesto-, Mencio y su idea de la justicia como pilar social, Hsun dse y la concepción del hombre como ser malvado por naturaleza.

Sin embargo, el proceso de la influencia cultural no puede ser unidireccional, por lo que China también fue objeto de la presencia de otras culturas en su territorio, sobre todo en lo relativo a la religión, como el budismo de la India que penetraría en la sociedad, y que de hecho después exportaría a Japón.

Y es que este último país, en realidad tiene una deuda cultural muy grande con China, puesto que gran parte de sus valores así como de su escritura provienen de allí, sin embargo, el caso japonés resulta interesante si se analiza la manera como la sociedad asimiló los cambios culturales, y es que Japón es considerado un país dualista, es decir, un lugar donde coexisten la cultura tradicional y los valores modernos.

El monarca, en el caso del “país del sol naciente”, desempeñaría un rol como sumo sacerdote, más que como gobernante. De igual forma, la piedad filial, proveniente del confucianismo se adaptaría como patrón de conducta social.
El impacto de los elementos culturales importados sirvieron como instrumentos de unificación nacional, dando como resultado una sociedad sintética, en cuyo seno confluían aspectos pluriculturales.

El país también recibió una fuerte influencia cultural europea durante el Renacentismo en el siglo XVI, que lo obligaron a cerrar sus puertas con el fin de ajustarse a los cambios sociales. No sería abierto nuevamente sino hasta la llegada de las ideas de la Ilustración de Europa en el siglo XVIII, sobre todo, porque los intelectuales japoneses de la época se dieron cuenta que el aislacionismo sólo sirvió para conservar los privilegios de los políticos, lo que provocó que la sociedad permaneciera estática.
Sin embargo, los Tratados desiguales que Europa le hizo firmar a Japón hicieron que finalmente el país se volcará en un proceso de reorganización interna que trajo como resultado la "Restauración Meiji", es decir, una modernización con estilo japonés que cambio la economía tradicional a una industrial basada en la educación como pilar del desarrollo.

Pronto el gran desarrollo de Japón le permitió expandirse por el continente por medio de una conducta imperialista, atacando a Rusia, China y Corea, especialmente, espacios que iría ganando con mayor fuerza después de la Primera Guerra Mundial, sin embargo, en 1945, con el fin de la Segunda Guerra Mundial, Japón resultaría el perdedor de la Gran Guerra del Pacífico y con ello de su antiguo papel imperialista. Sería hasta después, con la Nueva Revolución Industrial, que el país, aprovechando los resultados de su proceso educativo viviría una nueva reestructuración que le llevaría a ser nuevamente una potencia mundial.


Fuente de información:

• Knauth, Lothar. “China: ¿Enigma o ignorancia?”, Ed. Oasis, Colección Biblioteca de las decisiones, México, 1992. pp. 11-35.


• “El trasfondo histórico de la modernidad”, pp. 145-162.


¡Feliz año 2011, que este lleno de éxitos y buenos momentos!. Gracias nuevamente por pensar el blog con nosotros y por acompañarnos a los largo de estos tres años.

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Como citar el artículo: Herrera, Héctor. "China y Japón: la realidad histórica de dos sociedades hermanadas" , en "El águila, el jaguar y la serpiente", http://nohoch-balam.blogspot.com/. 30 de enero de 2011.