“Aquellas personas que no están dispuestas a pequeñas reformas, no estarán nunca en las filas de los hombres que apuestan a cambios trascendentales”
Mahatma Gandhi
La reforma del Estado en América Latina se ha manejado como una recurrente en el discurso de los políticos en la región desde la década de 1980 y que supone la “modernización” de las relaciones del Estado con los diversos sectores de la sociedad nacional e internacional, en el plano económico, político y social. Dicho proceso se ha llevado a cabo con el pretexto del excesivo papel proteccionista estatal, la poco eficiente administración gubernamental y el enorme aparato burocrático, así como de las crisis económicas.
El papel rector del Estado en la economía, adquirido desde la etapa de sustitución de importaciones tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, se modifica con el fin de permitir una mayor participación del sector privado nacional y transnacional, lo que se refleja claramente en el proyecto neoliberal, que implica la venta de empresas bajo control estatal a empresas particulares, en el mejor de los casos, locales.
El nuevo Estado busca una “tecnocratización”, es decir, una racionalidad administrativa, dando paso a una élite política distinta.
Para Oliver, existen tres rubros que nos permiten ver el camino que siguen las reformas estatales, antagónicas al modelo tradicional del Estado benefactor, a saber: 1) La venta de la propiedad estatal al sector privado, 2) la eliminación de barreras arancelarias, y 3) la reestructuración del gasto público, lo que implica la reducción del mismo[1].
Otro rasgo importante en la reforma política, es la democratización de las sociedades latinoamericanas, que empieza con la caída, en muchos países, de las dictaduras militares, el ascenso de gobiernos civiles y la estabilidad de las elecciones, que sin embargo, ha resultado no ser un proceso consolidado aún, ya que los verdaderos cambios han venido del gobierno y no de la sociedad, como debería ser, además de que se ha asegurado más una gobernabilidad que una democracia real, es decir, se dispone de la opinión pública para asuntos de emergencia y no de la participación constante de la sociedad en la renovación estatal.
El Estado también sufre un proceso de transnacionalización, con el cual queda sujeto a la lógica del sistema mundial, en el que se le exige una mayor apertura comercial y una readaptación de instituciones como el ejército, las universidades, los sindicatos y los partidos políticos.
La excesiva concentración del capital en unas cuantas personas, y que el neoliberalismo ha promovido a través del Estado por medio de subsidios y apoyos a ciertas élites, ha provocado un aumento del número de pobres en la región, con lo que se pone en peligro la estabilidad política a largo plazo.
Oliver concluye su artículo proponiendo una alternativa al actual proceso de la reforma estatal, en el que la sociedad tenga un rol más activo y que por medio de la organización conduzca los cambios, desplazando al Estado y a las empresas privadas, apropiándose de los sectores productivos básicos y obligando al Estado a canalizar sus esfuerzos en industrias de alta tecnología, que implica el desarrollo de la ciencia. Esta propuesta, parece, por sus características, ser un modelo como la Tercera Vía, que tuvo mucho vigor en la década de los 1990, que aboga por la promoción de la democracia, el desarrollo de la tecnología, y un sistema de economía mixta, es decir, un equilibrio entre el papel del Estado y del mercado.
Posiblemente ésta sea la opción más acertada, una Tercera Vía latinoamericana, que no difiera del modelo europeo (“estimula un crecimiento que no deje de lado el papel del Estado en el desarrollo, poniendo énfasis en el fomento del empleo productivo, el avance tecnológico para una mayor competitividad, así como en la necesidad de seguir garantizando los derechos ciudadanos al bienestar social, reestructurando el antiguo Estado de bienestar”[2]) pero que, como argumenta Ricardo Lagos, sea un debate similar, “pero con acento en la búsqueda de mayores niveles de equidad e integración social ante la persistente cristalización de desigualdades sociales que originan legítimas movilizaciones y demandas populares”[3].
[1] Oliver Costilla, Lucio. “La reforma del Estado en América Latina: una aproximación crítica”, en Estudios Latinoamericanos, CELA-FCPyS/UNAM, No. 2, 1994, pp. 3-30.
Mahatma Gandhi
La reforma del Estado en América Latina se ha manejado como una recurrente en el discurso de los políticos en la región desde la década de 1980 y que supone la “modernización” de las relaciones del Estado con los diversos sectores de la sociedad nacional e internacional, en el plano económico, político y social. Dicho proceso se ha llevado a cabo con el pretexto del excesivo papel proteccionista estatal, la poco eficiente administración gubernamental y el enorme aparato burocrático, así como de las crisis económicas.
El papel rector del Estado en la economía, adquirido desde la etapa de sustitución de importaciones tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, se modifica con el fin de permitir una mayor participación del sector privado nacional y transnacional, lo que se refleja claramente en el proyecto neoliberal, que implica la venta de empresas bajo control estatal a empresas particulares, en el mejor de los casos, locales.
El nuevo Estado busca una “tecnocratización”, es decir, una racionalidad administrativa, dando paso a una élite política distinta.
Para Oliver, existen tres rubros que nos permiten ver el camino que siguen las reformas estatales, antagónicas al modelo tradicional del Estado benefactor, a saber: 1) La venta de la propiedad estatal al sector privado, 2) la eliminación de barreras arancelarias, y 3) la reestructuración del gasto público, lo que implica la reducción del mismo[1].
Otro rasgo importante en la reforma política, es la democratización de las sociedades latinoamericanas, que empieza con la caída, en muchos países, de las dictaduras militares, el ascenso de gobiernos civiles y la estabilidad de las elecciones, que sin embargo, ha resultado no ser un proceso consolidado aún, ya que los verdaderos cambios han venido del gobierno y no de la sociedad, como debería ser, además de que se ha asegurado más una gobernabilidad que una democracia real, es decir, se dispone de la opinión pública para asuntos de emergencia y no de la participación constante de la sociedad en la renovación estatal.
El Estado también sufre un proceso de transnacionalización, con el cual queda sujeto a la lógica del sistema mundial, en el que se le exige una mayor apertura comercial y una readaptación de instituciones como el ejército, las universidades, los sindicatos y los partidos políticos.
La excesiva concentración del capital en unas cuantas personas, y que el neoliberalismo ha promovido a través del Estado por medio de subsidios y apoyos a ciertas élites, ha provocado un aumento del número de pobres en la región, con lo que se pone en peligro la estabilidad política a largo plazo.
Oliver concluye su artículo proponiendo una alternativa al actual proceso de la reforma estatal, en el que la sociedad tenga un rol más activo y que por medio de la organización conduzca los cambios, desplazando al Estado y a las empresas privadas, apropiándose de los sectores productivos básicos y obligando al Estado a canalizar sus esfuerzos en industrias de alta tecnología, que implica el desarrollo de la ciencia. Esta propuesta, parece, por sus características, ser un modelo como la Tercera Vía, que tuvo mucho vigor en la década de los 1990, que aboga por la promoción de la democracia, el desarrollo de la tecnología, y un sistema de economía mixta, es decir, un equilibrio entre el papel del Estado y del mercado.
Posiblemente ésta sea la opción más acertada, una Tercera Vía latinoamericana, que no difiera del modelo europeo (“estimula un crecimiento que no deje de lado el papel del Estado en el desarrollo, poniendo énfasis en el fomento del empleo productivo, el avance tecnológico para una mayor competitividad, así como en la necesidad de seguir garantizando los derechos ciudadanos al bienestar social, reestructurando el antiguo Estado de bienestar”[2]) pero que, como argumenta Ricardo Lagos, sea un debate similar, “pero con acento en la búsqueda de mayores niveles de equidad e integración social ante la persistente cristalización de desigualdades sociales que originan legítimas movilizaciones y demandas populares”[3].
[1] Oliver Costilla, Lucio. “La reforma del Estado en América Latina: una aproximación crítica”, en Estudios Latinoamericanos, CELA-FCPyS/UNAM, No. 2, 1994, pp. 3-30.
[2] Lagos, Ricardo. “Hacia una nueva “Tercera Vía” latinoamericana”, en http://www.politica.com.ar/tercera_via/Hacia_una_tercera_via_latinoamericana_lagos.htm. Consultada en febrero de 2007.
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Como citar el artículo: Herrera, Héctor. "La reforma de Estado en América Latina: el largo proceso del cambio", en "El águila, el jaguar y la serpiente", http://nohoch-balam.blogspot.com/. 15 de marzo de 2008.
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